Si las palabras tuvieran mala suerte, yo diría que,
egoísmo, es una de ellas, pues todo el mundo habla muy mal sobre el egoísmo y
nadie quiere ser llamado egoísta.
Sin embargo, existe una antigua máxima que, en el Nuevo
Testamento de la Biblia, fue puesta en boca de Jesús, y dice: ama a tu prójimo como a tí mismo. Esta
orientación, refrán, normativa, o como se llame, muy a pesar de ser cristiana
es aceptada hasta por los más recalcitrantes ateos porque no se puede negar que
es evidente su llamamiento a la concordia, al amor entre los seres humanos.
Pero ¿Quién es tu prójimo? Bueno tu prójimo es: otro,
cualquier otro como tú. Eso está claro, ahora bien fíjate que no dijo que lo
ames menos que a tí; tampoco dijo: más que a tí; sino COMO A TÍ MISMO, o sea
igual que a tí.
De modo tal; sea yo cristiano, musulmán, budista o ateo,
para realmente amar mucho a mi prójimo, lo cual todo el mundo concuerda que es
un ideal loable, debo amarme primero, mucho, a mí mismo.
Sabes muy bien que hay personas que no se aman
suficientemente a sí mismas, no es que no se quieran, ni que se quieran poco,
sino que se quiere deficientemente. ¡Vaya! que algunas veces dicen que no a
cosas que les gustaría decir sí, o dicen sí a otras por las cuales se morirían
por decir rotundamente no, pero por miedo, por cobardía, por falsos deberes o
compromisos, en fin, no lo hacen y sufren en silencio. Estas personas no son
honradas consigo mismas porque si a mí, que (hipotéticamente) tengo dinero y
otras amistades a quienes pedirle, me dan el poco de azúcar que les pido y
sufren por quedarse sin el único poquito de azúcar que tienen e internamente se
quedan pensando: ¡Contra! ¿Este tipo
venir a pedirme a mí con tanto dinero que tiene?!Ñoooo!
Concordarás conmigo, que su pensamiento hacia mí no
resulta muy amoroso. Pero con cierta justicia o no, no podemos hablar de amor
en tal caso. Estas personas que se aman poco y quedan desvalidas ante un
descarado como yo, no puede y no está en condiciones de amar a nadie, sus
sentimientos hacia los demás están regidos por miedos, falsos sentidos del
deber, por compromisos, compulsiones religiosas, obligaciones morales,
tradicionales, etcétera.
Entonces, para quererse bastante uno y estar en
condiciones de poder amar sin contradicciones a nuestro prójimo, debemos
amarnos bastante nosotros mismos, pero, eso quiere decir que debemos
convertirnos en egoístas, porque egoísmo
significa, etimológicamente, amor desmedido a uno mismo.
Quizás ese miedo a amarnos mucho, hasta que pueda ser
dañino, provenga de la falsa creencia de que interiormente tenemos límite para
el amor, que debe llegar un momento en que uno no pueda contener más amor, pero
eso es falso, repito. Puedo amarme infinitamente. No tenemos límites hacia
adentro.
También sea por costumbre que no hayamos reparado en que
usamos mal la palabra, alguna vez quizá, alguien de rango, con mucha autoridad
la empleo con este sentido y todos los demás continuamos repitiendo como papagayos.
Otras palabras quizás sean más dañinas: como egolatría,
que significa culto del yo, o sea creerse dios. Un ególatra se siente
endiosado. Tal vez, egocentrismo, que quiere decir creerse el centro de todo. O
egotismo, que es el sentimiento exagerado de la personalidad, me parece la que
más razón tiene de ser quien termine por disfrutar de los valores que le
atribuimos con impropiedad a la palabra egoísmo, y que pasemos, definitivamente
a amarnos todo lo más que podamos, a amarnos mucho, mucho para, de la misma
forma, estar en condiciones de amar, de igual manera, a nuestro prójimo.
De modo que usando toda la
propiedad que nos confiere la Etimología podemos decir que la humanidad
necesita que nos volvamos egoístas ¡Pero mucho! o lo que sea, que en definitiva
la cosa no es de palabras sino de hechos reales y que no lo hagamos por el otro
sino por nosotros, porque amándonos más seremos más felices y la dignidad
humana está necesitando eso para su subsistencia.
Y hasta la próxima analecta...
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