REFLEXIONES ACERCA DEL AMOR
Texto registrado en el centro
nacional de derecho de autor de la república de cuba
Eduardo N. Cordoví
Hernández
Contactos; edwacor@gmail.com
Julio/2018
CONTENIDO
La inmensa mayoría de las personas que
conforman lo que llamamos la humanidad, vivan donde vivan ¡En cualquier parte
del mundo! y sin importar el idioma que hablen, siempre que esos lugares sean
tan solo medianamente civilizados, estarán de acuerdo con que cada uno de sus
hijos estudie y se prepare para ser
alguien en la vida. Siguiendo esta idea, muchos estados han legislado leyes
en las cuales se decreta el carácter obligatorio de la enseñanza; pero si vamos
a ser precisos, prácticos y objetivos, creo hay algo que se pierde de vista con
esta intención, y es que, como ejemplo sencillo, una persona pasa en aulas unos
dieciocho años de la mejor parte de su vida (siete años de primaria más
preescolar, tres de estudios secundarios, tres más de estudios preuniversitarios
y cinco de una carrera profesional) todo para prepararse a fin de ser ¿qué?
¡Ah! Dijimos que: para ser alguien en la
vida. Al cabo de esto la cosa quedaría como que ser alguien en la vida se resumiera en obtener un diploma
universitario pero, en lo que suele llamarse la vida real, el hecho de que una casa de altos estudios académicos
te extienda un diploma acreditativo por haber vencido una cierta cantidad de
asignaturas solo sirve para certificar tu aptitud para desarrollar un trabajo
profesional, algo que tiene más afinidad con los objetivos de la sociedad y el
estado que con los propósitos iniciales de tus padres, porque ser alguien en la vida puede llegar a
ser algo mucho más complicado de lo que ordinariamente se cree; y sería tu
capacidad para resolver problemas simples de la cotidianidad lo que estaría en
juego o que el no poderlos resolver fueran capaces de hacerte perder la
ecuanimidad o el sentido del humor, así como ¡además! Y que ¡Con tan solo un
poco de destreza en asuntos simples de la vida! pudieras lograr optimización y
eficiencia en tus relaciones con otras personas, ya sea en el mercado, en el
vecindario, en tus relaciones laborales, familiares o de pareja, dicho en una
palabra un tanto compleja: que pudieras ser feliz, hacer feliz a otros y que
los inevitables golpes de la vida apenas pudieran afectarte, algo que ¡seguro!
es lo mismo que deseas para tus propios hijos.
Sin embargo, nada de esto último que
comento al final del párrafo anterior es lo que ocurre, pues pocas personas son
felices, haber dicho ninguna hubiera
sido exagerado, pero más exacto sería añadir que son muy pocas.
Los
años pasados en las aulas no nos preparan para sobresalir marcando nuestra
diferencia sino para formar parte de una manada lo suficientemente inteligente
como para realizar un trabajo: construimos sus[1]
ciudades, operamos sus máquinas y luchamos sus guerras, todo lo cual sirve para
enriquecer más a los banqueros multimillonarios dueños de las empresas
transnacionales donde laboramos, aunque no es el dinero lo que los mueve sino
el poder, el dinero es el medio mediante el cual nos controlan para que comamos
y estemos entretenidos, ellos nos dan el dinero y nosotros les entregamos el
mundo. Spencer Cathcart.
Pero, en realidad, todo comenzó mucho
más atrás, cuando éramos niños. Desde esa edad nuestro entorno familiar,
nuestros padres o tutores por medio de la cultura y las tradiciones nos
condicionaron, entre otras muchas formas de conducta, para creer que la opinión
de los otros es más importante que la nuestra, a resolver los problemas
mediante la violencia, nos enseñaron a rendir culto a los ganadores y rechazar
a quienes pierden, etcétera…
En ningún lugar te enseñan a ser feliz,
nadie ostenta un diploma de eso. Sería
más productivo que las personas aprendieran a ser felices antes de ser médicos
o ingenieros en algo, pues serían más eficientes, se cometerían menos errores y
se divertirían trabajando.
Que no haya escuelas de ese tipo no
significa que no exista un conocimiento metodológico elaborado al respecto,
disponible, sencillo, barato ¡casi gratis! y de calidad, el problema es que tal
enseñanza en su mayoría está dispersa y debe ser hallada, reunida y puesta en
práctica y eso es un trabajo que nadie quiere hacer porque piensa que va a ser
feliz cuando se case, cuando se jubile o cuando se gane el premio gordo o
cuando las cosas mejoren o, tan solo, cree que ya lo es; pero lo peor del caso
es que las personas creen que son felices cuando están alegres o cuando pasan
momentos agradables, tan solo no saben qué es felicidad, como no saben muchas
otras cosas que creen saber: como cuando dicen que aman, sin saber lo que es
amor o cuando luchan por una paz que nunca han conocido y solo saben de ella
por lo que oyen decir o por la libertad que nadie les ha quitado. Aunque esto
es otro tema, aunque también voy a escribir sobre, él, aquí.
El verdadero problema es mucho más
trágico de lo que la gente imagina porque sucede que no sabemos vivir, no
sabemos para qué vivimos… la propia idea de querer
llegar a ser alguien en la vida implica ya un cierto conocimiento de no ser
algo. Todo quien haya alcanzado un título académico sabe que se quedó corto,
siempre va a faltarle un posgrado, un diplomado, hacerse máster, hacer una
candidatura, un doctorado o ganar un Premio Nobel pero ¡aun así! puede que
arrastre una vida triste porque no soporta a su suegra o a su jefe, porque es
hijo de una prostituta o le tiene miedo al acosador ex de su mujer y quien
intenta recobrarla…
Por lo regular creemos que la verdad es
nuestra opinión acerca de la realidad, olvidando que entre nosotros y la
realidad se halla el velo de nuestra propia interpretación acerca de ella y,
olvidando además, que cada cual tiene sobre ese asunto una versión distinta no
menos válida. Vivir sin conflictos con las personas que tienen otras
valoraciones, opiniones y verdades es lo que unos llaman amor y otros llaman
democracia.
[1]
Se refiere a las personas quienes forman la élite
del establishment
que detenta el poder estatal,
político-financiero, etc.
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